miércoles, 28 de octubre de 2020

Cuando África descubrió España

 Los contactos medievales y renacentistas entre reinos africanos y europeos fueron en gran parte de igual a igual. Algunos de sus embajadores llegaron a la Península Ibérica

Fresco en el Palacio del Quirinal (Roma) representando las embajadas congoleña y japonesa, 1616-1617.

 

A menudo se tiene la imagen de que África ha estado siempre de algún modo subordinada a Europa. De que la relación entre europeos y africanos siempre ha sido desigual, ya sea a través de colonialismo explotador, el paternalismo condescendiente o el racismo que impregna a ambos. Esto no podría ser más falso: los contactos medievales y renacentistas entre reinos africanos y españoles fueron en gran parte de igual a igual. 
 
Los reinos africanos no solo no estaban aislados del resto del mundo sino que lo exploraron activamente, en busca de información, comercio y alianzas políticas. Y nuestro país fue uno de los destinos más importantes de estas misiones. Esta es la historia de cómo los africanos descubrieron la Península Ibérica. 
 
El primer reino africano en enviar una misión diplomática a Europa fue Etiopía. En torno a 1306, el emperador etíope Wedem Ar’ad envía una delegación de 30 personas con el objetivo de formar una alianza contra los musulmanes que amenazaban su reino. La primera parada es nuestro país, donde se entrevistan con ‘el rey de las Españas’ (no sabemos cuál) antes de proseguir hasta Avignon para entrevistarse con el Papa. Tras esta primera tentativa, las relaciones se fueron intensificando gradualmente y en 1427 llega a Valencia una nueva delegación etíope, encabezada por el mercader persa Nur-al-Din Al Tabrizi, con una carta del emperador Yeshaq para Alfonso V, rey de Aragón. 
 
En la carta Yeshaq le propone una alianza entre ambos reinos, a la que Alfonso V accede gustoso y que decide sellar mediante un doble matrimonio de su hermano Pedro con una princesa etíope y de su sobrina Doña Juana con el propio Yeshaq; le envía también 13 artesanos para decorar su corte. Desgraciadamente, la embajada nunca llega de vuelta a Etiopía: todos los artesanos mueren de camino, y con ellos los planes de boda. A pesar de este tropiezo, las relaciones entre Aragón y Etiopía continuaron: en sus cartas Alfonso V se dirige al ‘emperador etíope, nuestro querido amigo y hermano’ y en 1450 una delegación etíope es enviada a Nápoles para asistir a su entrada triunfal en la ciudad. 
 
 
Retrato del embajador de Allada, en el actual Benín, en la corte de Luis XIV.
 
Además de las delegaciones oficiales, muchos etíopes decidieron explorar Europa por su cuenta. Fue el caso del erudito Yohạnnǝs (1509–65) que habiendo llegado a Roma con su padre, decidió emprender el Camino de Santiago. Tras caminar los 2.200 kilómetros que separan las dos ciudades, prosiguió hasta Lisboa, donde se embarcó para Goa. Aunque fueron muchos los etíopes que emprendieron viajes de estudios parecidos (tantos que el Papa Sixto VI creó Santo Stefano degli Abissini en 1479 para alojarlos) pocos de ellos tuvieron una vida tan ajetreada como Yohạnnǝs, que no solo viajó por el mundo, sino que a su retorno a Roma jugó un papel importante en la Contrarreforma y acabó su vida como obispo de Chipre. 
 
Aunque los etíopes fueron los primeros en visitar la Península ibérica, no fueron los únicos. En 1602, un personaje causó gran revuelo en las cortes europeas: el primer embajador del Reino de Kongo (en la actual Angola, DRC y Republica del Congo) al Vaticano, Nsaku ne Vunda. Ne Vunda (rebautizado en Italia como Antonio Emmanuele da Funta) era conocido por su erudición y sus dotes como orador y diplomático, hablaba portugués y castellano, y era gran conocedor de la política europea. Su viaje no fue fácil: desde Kongo se embarcó hasta Brasil y desde allí para Lisboa; por el camino fue atacado tres veces por piratas holandeses que le robaron en cada ocasión todo lo que tenía. Tras un breve paso por la corte de Felipe IV en Madrid, el 2 de enero de 1608 (seis años después de su salida) entra finalmente en Roma gravemente enfermo y con solo cuatro de sus 25 acompañantes iniciales. Muere tres días más tarde, tras haber recibido la visita del Papa Pablo V, y es enterrado con grandes honores en la basílica de Santa María Maggiore. 
 
 No obstante, su historia no acaba aquí: durante su estancia en Madrid, Ne Vunda había dejado un cofre cerrado en el Convento de la Merced (situado en lo que es ahora la Plaza Tirso de Molina), en el que se había alojado. Tras un considerable ir y venir de cartas entre Madrid y el Vaticano, quedó claro que el embajador no había dejado hecho testamento y Felipe IV dio orden de abrir el cofre a la fuerza. Dentro encontraron una serie de cartas y unos platos de Talavera, que fueron donados al Convento. Desgraciadamente, jamás sabremos qué decían las cartas ni porqué tenía el embajador congolés afición a la cerámica de Talavera porque el Convento de la Merced fue saqueado por las tropas napoleónicas en 1809 y demolido unas décadas más tarde. 
 
 
Etiopía, Allada y Kongo son solo tres ejemplos de antiguos reinos africanos que mostraron interés en la Península Ibérica enviando sus embajadores.
 
 
Otro reino africano que se interesó por la península ibérica fue Allada o Arda, en el actual Benín. En 1657, su rey Tojonu envia un embajador llamado Bans a la corte de Felipe IV. La misión de Bans —que es inmediatamente bautizado como Don Felipe Zapata— incluye, entre otras cuestiones, conseguir misioneros católicos para Allada. Se vuelve pues Bans unos meses más tarde a Allada con una delegación de capuchinos castellanos decididos a evangelizar a todo el reino. 
 
Desgraciadamente para ellos, se encuentran con considerables reticencias, tanto por parte de Tojonu como de sus súbditos. Tras un año de evangelización frustrada, el rey los hace llamar y les explica que agradece mucho el gesto de su hermano el Rey de España, pero que su solicitud de misioneros no era para cambiar de vida y religión, sino porque tenía un problema grave de muertes por rayo en Allada, y había oído decir que los sacerdotes católicos tenían mano en la gestión de rayos y centellas. Concluye diciendo que les estaría muy agradecido si pudieran solucionar el problema metereológico, pero que de no ser así, preferiría que se fueran de vuelta, que tanta evangelización empezaba ya a hacérseles pesada. 
 
Etiopía, Allada y Kongo son solo tres ejemplos de reinos africanos que mostraron interés en la Península, pero la lista completa es mucho más larga: desde la correspondencia de la Reina Njinga de Angola (de la que hablamos en este otro artículo) con la corte portuguesa, al viaje del heredero del Reino Wolof (Senegal) a Lisboa en 1489. Desgraciadamente, esta larga historia de diplomacia y exploración fue reescrita, cuando no borrada directamente, siglos más tarde para justificar el proyecto colonial, que negó a los africanos su historia porque así era mucho más fácil justificar su supuesta misión civilizadora y la explotación de sus habitantes y sus recursos. 
 
Ahora que gracias a movimientos como Black Lives Matter se está por fin poniendo sobre la mesa la necesidad de visibilizar el papel que la esclavitud jugó en la constitución de muchos estados y ciudades europeos, es importante no olvidar que esa justicia histórica pasa también por recuperar la historia invisibilizada de exploración y diplomacia africana. 
 
Para saber más: desgraciadamente no existe ningún libro que cubra los viajes de africanos a la Península Ibérica específicamente, pero dos buenas introducciones a la cuestión en su escala europea son Africa’s Discovery of Europe, de David Northup, y el volumen editado Black Africans in Renaissance Europe.

 

Publicado en: África no es un país 

Autor: Sirio Canós Donnay es Investigadora Marie Curie. Instituto de Ciencias del Patrimonio (Incipit) Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)

 

 

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