miércoles, 26 de octubre de 2011

Libi-únez

No puede haber casos más dispares que el Túnez de la revolución de los jazmines y la Libia de la refriega civil.

Publicado por Miguel Ángel Bastenier en: Tribuna Internacional del diario El País.

El “primero de la clase” —Túnez— como lo calificó en estas páginas Lluís Bassets, y no necesariamente el último —Libia—, pero sí uno de los casos más enrevesados, acaban de dar un gran paso hacia el futuro. En Túnez se votó el domingo con disciplina ejemplar a la Constituyente que ha de decidir qué quiere ser el país, gobernación islamista incluida; en Libia, la victoria de los sublevados pone fin a un prólogo político, aunque la ejecución sumaria del coronel Gadafi no sea buen augurio. No puede haber, sin embargo, casos más dispares que el Túnez de la revolución de los jazmines, que está al principio del fin, y la Libia de la refriega civil bajo las alas de la OTAN, al fin del principio.
Túnez ha ido forjando una identidad nacional desde el beylicato que gobernó el país bajo el Imperio Otomano hasta la ocupación francesa a fin del siglo XIX; es una nación moderna de alta cohesión social y una clase media educada, a la que Habib Burguiba, el menos islámico de todos los padres árabes de la patria, hizo tan laica como fuera verosímil en los años cincuenta. Así, prohibió la poligamia y en su mausoleo se lee: “Libertador de la mujer”. En contraste, Libia está dividida en más de 140 tribus de las que unas 20 tienen auténtica influencia; en el tiempo otomano apenas era un nido de corsarios que hostigaban el tráfico marítimo internacional —en un conocido himno militar norteamericano, se habla de las “arenas de Trípoli” por una acción punitiva desarrollada en el siglo XIX contra piratas berberiscos—; la provincia oriental o Cirenaica, con capital en Bengasi, se ha sentido siempre ajena a la parte occidental o Tripolitania, y en la primera arraigó un credo islámico rigorista, el de la cofradía de los Senussi, de la que un descendiente fue el primer rey del país, Idris I, coronado a la independencia en 1951, y depuesto por Gadafi en 1969.
Si Ben Ali mantenía la carcasa de instituciones de corte occidental, partidos, Parlamento, elecciones, en la última de las cuales —2009— tuvo la desfachatez de asignarse la victoria con 99,9% de sufragios, el líder libio lo había abolido todo, hasta el Gobierno, que sustituyó por un comité, en la cúspide de una pirámide de otros comités populares que hacían supuestamente superflua la existencia del Estado.
Túnez era una economía liberal aunque mafiosa, mientras que en Libia, Gadafi, que, especialmente tras la publicación en 1976 de su Libro Verde, daba serias pruebas de inestabilidad mental, lo había nacionalizado todo en nombre de la llamada yamahiriya o estado de las masas. Las dos economías se asimilaban, sin embargo, a la hora de la corrupción, y sobre todo en el dominio de sendas familiocracias: la de los Ben Ali Trabelsi (apellido de su segunda mujer) y la gadafiada. Y si la dictadura tunecina había jugado alternativamente a reprimir el islamismo y tratar de negociar con él, el libio había tratado de sustituirlo con su propia versión de la vía coránica. Hoy, el partido más importante de Túnez es En Nahda (Renacimiento), islamista, que debería estar en condiciones de formar Gobierno, y en Libia es difícil adivinar otro fermento de unión —aparte del soborno-subsidio petrolero— que el senusismo.
Las apariencias en la formación de sus respectivos aparatos militares son engañosas. Ni uno ni otro dictador querían un Ejército poderoso que les inquietara, razón por la cual la milicia tunecina se limitó a no reprimir la protesta popular, sin visibles aspiraciones de dominación política; pero Gadafi había trufado Libia de milicias paralelas, entre ellas una guardia personal de 15.000 hombres, de los que una parte ha luchado a su lado hasta el fin. Los dos dictadores han acabado como corresponde a sus diferentes personalidades. El tunecino subiendo a un avión para el exilio, porque ni él se había creído lo del 99,9%, y el coronel libio, estupefacto de que parte de su pueblo se le sublevara, como el gran líder nacional que estaba convencido de ser.
Pero en ningún caso está garantizado nada. El pueblo tunecino no ha experimentado jamás la vida en democracia, aunque cuando menos tiene el mérito de existir como nación, en tanto que una Libia unificada está aún por inventar. La revolución de los jazmines tiene, por añadidura, la virtud de ser profeta lejos de su tierra. El Gobierno chino ha prohibido la importación de semejante flor, por si le da a alguien ideas (La lección tunecina, Sami Naïr).

Islamismo en Túnez

Tomado de la Edición Digital del Diario: El País

La victoria del partido islamista moderado En Nahda en las históricas elecciones de Túnez, primeras democráticas y libres en el país norteafricano, representa un hito en el mundo árabe, a falta de resultados definitivos. El civismo y entusiasmo mostrado por los votantes tras décadas de represión están llamados a ser el espejo en que se miren otros países de la región que se han desembarazado de sus tiranos o están en trance de conseguirlo.
Los comicios han destruido la idea simplista —y turística— de un laicismo mayoritario asentado en Túnez. El partido que necesariamente va a aglutinar la dispar coalición que escribirá una nueva Constitución —perseguido despiadadamente durante décadas por el derrocado Ben Ali— ha insistido durante los últimos meses, sobre todo su jefe, Rachid Ganuchi, 22 años en el exilio, en que protegerá los derechos de todos (también los conseguidos por las mujeres tunecinas) y defenderá las libertades.
La Asamblea Constituyente de 217 miembros que se reúna en unos días, fragmentada por la representación proporcional y la multitud de partidos concurrentes a las elecciones, deberá designar a un Gobierno que reemplace al interino actual o impulsar remedios para la alarmante crisis económica y el desempleo en Túnez. Pero, sobre todo, tendrá que organizar un Estado y una sociedad nuevos.
Al islamismo comedido de En Nahda, que según su líder quiere parecerse mucho más al que gobierna Turquía que a los Hermanos Musulmanes egipcios, le aguardan retos como perfilar las relaciones entre poder político e islam o señalar el rumbo de Túnez entre los árabes o respecto a Occidente. Y de hacerlo frente al escepticismo de muchos tunecinos, especialmente de su clase media, sobre las intenciones de Ganuchi o su capacidad para hacer buena su promesa preelectoral de poner en pie una “sociedad democrática y modélica en el mundo árabe”.

domingo, 23 de octubre de 2011

Islamismo y democracia en Tunez

Ciudadanos tunecinos votando en un colegio electoral.
“Si ganan, pierdo el trabajo y el local cierra o se reconvierte”. Samir, 25 años, hace este pronóstico tajante sobre lo que sucederá después del domingo si ese día el partido islamista En Nahda gana las elecciones en Túnez. Para pagarse sus estudios, sirve copas en un local cerca de la playa de Gamart, un acomodado suburbio de la capital.
Por primera vez en la historia de Túnez desde la independencia, hace 55 años, el domingo se celebrarán unas elecciones democráticas para elegir una Asamblea Constituyente que deberá redactar una nueva Constitución, pero de la que surgirá también un nuevo Gobierno de transición. Los sondeos y los analistas prevén una victoria islamista.
Samir ha crecido, como otros muchos jóvenes de las grandes ciudades costeras, en el país menos impregnado de religión del norte de África. “Desconfío del discurso apaciguador de los barbudos”, prosigue. “Sé que si resultan vencedores se acabó mi sustento porque en el mejor de los casos el alcohol solo se podrá consumir en hoteles para turistas”, añade.
El discurso islamista es, desde luego, tranquilizante. Rachid Ghanouchi, el líder de En Nahda, explicaba en mayo a este corresponsal que en Túnez había mucho que aprender del modelo político turco. Ha asumido el “estatuto personal” del que goza la mujer tunecina desde 1956, el más avanzado del mundo árabe con la excepción de Líbano. Ha aceptado la paridad de ambos sexos en las listas electorales. En su programa de gobierno recalca el derecho de la mujer a la “igualdad, educación, trabajo y participar en la vida pública”.
En su línea conciliadora Ghanouchi apostaba, en otra entrevista en verano con la prensa extranjera, “por la formación”, después de las elecciones, "de un Gobierno de coalición con los demás partidos durante los cinco próximos años”. En su programa también promete la creación de cerca de 600.000 puestos de trabajo durante el próximo lustro pese a que desde el estallido de la revolución el crecimiento, el más sostenido del norte de África durante años, está estancado.
Ghanouchi se ha dejado además maniatar. En ese parlamento en la sombra que ha sido durante estos meses la llamada Alta instancia para la realización de los objetivos de la revolución, el líder islamista suscribió, con los partidos y sindicatos allí representados, un Pacto Republicano con tintes laicos del que debería inspirarse la nueva Constitución.
Pese a tantas garantías los dirigentes En Nahda se decantan, y su número dos Ali Larayeh lo reconoció en los foros a puerta cerrada a los que asistió en Madrid y Ginebra, por reforzar la identidad musulmana en el sistema político, educativo y hasta en el judicial, pero sin forzar imposiciones. Hace más de un cuarto de siglo que renuncióa la violencia.
Las bases de En Nahda, sobre todo en el Túnez profundo, son “mucho más rigoristas que su cúpula”, advierte el sociólogo Alaya Allani. Destacan los imanes que, aprovechando el desconcierto de la transición, ha colocado al frente de muchas mezquitas. En Feriana, en el centro del país, uno de esos cleros dedicó su sermón del viernes en la mezquita a pedir la dimisión del Gobierno y la aplicación de la sharia (ley islámica). Parte de los fieles se marcharon, pero él que sí permaneció en el templo fue el jefe local de En Nahda.
Con motivo de las violentas protestas salafistas contra la cadena de televisión privada Nessma, que difundió hace dos semanas la película Persépolis, una sátira del régimen iraní, la dirección de En Nahda tuvo una actitud algo ambigua. Larayeh condenó, por ejemplo, la violencia, pero también la “provocación” de la cadena y de la directora, Marjane Satrapi, que rodó el largometraje de animación en la que Alá aparece con aspecto de anciano bonachón. El islam prohíbe su representación.
Ayer fue el propio primer ministro, Beji Caid Essebsi, el que enmendó la plana a Ghanouchi por advertir, el miércoles, que sacarían a sus fuerzas a la calle sí se producía un fraude electoral que le fuera desfavorable. Estas van a ser probablemente las elecciones más vigiladas de la historia por la comunidad internacional a la que se ha sumado la sociedad civil tunecina. Por eso, le dijo, “no es posible que haya fraude”. “Los que dudan del procedimiento electoral es como si dudasen de sí mismos”, concluyó.

Tomado de la edición digital del diario: El País.

domingo, 9 de octubre de 2011

Ciclo de Talleres Monográficos sobre Interculturalidad (Ceimigra)

Programa Ciclo de Talleres Monográficos sobre Interculturalidad