lunes, 24 de septiembre de 2018

La diáspora china


Barrio chino en Londres. Fuente: Aurelien Guichard.

A pesar de su destacable presencia por el mundo, la diáspora china es una de las más desconocidas y menos integradas en sus países de acogida. No obstante, esta tendencia está experimentando su transformación: el choque cultural entre unos migrantes chinos que hacen un enorme sacrificio para perpetuar sus negocios y una segunda generación en busca de su libertad para vivir mejor que sus padres emerge como un fenómeno generacional irreversible. 


En el verano de 2018, Xia cumplía 22 años y se graduaba en una universidad española. Hija de migrantes chinos que consagraron sus vidas al pequeño negocio hostelero que mantienen, vive entre dos mundos muy diferentes: uno que gira en torno a la frugalidad, el sacrificio del bienestar propio por el bien común de la familia, el respeto y la sumisión a sus mayores, y otro que reivindica su felicidad, la satisfacción de sus deseos y, en definitiva, su derecho a marcar sus propios pasos en el camino que escoja recorrer libremente. 

Nacida en España y llevada a China para ser atendida por sus abuelos, de pequeña desarrolló una especial sensibilidad hacia la política y el porvenir de su madre patria. Pocos años después, sus padres decidieron traerla de vuelta a España. Los primeros años de colegio constituyeron un verdadero castigo; sufría constantes discriminaciones por “tener cara de china” y no saber hablar el castellano. 

Terminó sus estudios de Bachillerato con las mejores calificaciones de su instituto y, con el tiempo, hizo buenas amistades con los españoles de su edad e incluso conoció el amor correspondido por un chico español. Sin embargo, sabía que sus padres querían que se relacionara con amistades chinas y se casara pronto con alguien que compartiera su cultura y sus raíces y pudiera garantizarle una descendencia. Xia tendría que esperar a su plena independencia económica para poder empezar su propio proyecto de vida. 

Las redes de bambú occidentales 

La migración —tanto interna como internacional— no es ningún fenómeno social nuevo en China. A mediados del siglo XIX, algunos chinos procedentes de las provincias del sur comenzaron a emigrar al extranjero, principalmente hacia el sudeste asiático, y durante la II Guerra Mundial el nacionalismo chino de ultramar alcanzó su cénit al sumarse a la causa antinipona de China. 

Tras la proclamación de la República Popular China en 1949, prácticamente se detuvieron las oleadas de migraciones hacia el extranjero, ya que el régimen maoísta era reacio a permitir que sus ciudadanos viajaran a otros países sin una causa plenamente justificada. Mientras tanto, muchos migrantes chinos adoptaron la ciudadanía de sus respectivos países de acogida y dirigieron su lealtad política hacia las naciones en las que residían. Esta situación no cambiaría hasta la década de los 80, cuando Deng Xiaoping comenzó a implantar políticas en busca de la modernización del país. Entonces surgieron paulatinamente nuevas rutas de migración hacia lugares menos explorados hasta la fecha: América del Norte, Oceanía y Europa. Con ello, reaparecía el nacionalismo de ultramar, que buscaba unir a estas comunidades de migrantes en el orgullo y la dignidad de su origen chino y hacer que se preocupasen por el bienestar de China. 

Países del mundo con el mayor número de chinos residentes —en millones—. Aunque los destinos preferidos por los migrantes chinos siguen siendo las naciones del sudeste asiático, se observa una diversificación de los países de acogida en los últimos años. Fuente: Statista


El nacionalismo consiste en una lealtad profunda hacia el Estado nación y un fuerte sentimiento de pertenencia cultural a la patria aun estando fuera de sus fronteras. Algunos de los factores que acentúan la intensidad de este nacionalismo los encontramos en las políticas que está llevando a cabo el Gobierno chino en los últimos años, como la proyección incesante de mensajes que incentivan a los migrantes chinos a volver a su país —dirigidos principalmente hacia los más cualificados con el fin de evitar la fuga de cerebros y fomentar el desarrollo económico interno del país— y la transmisión de las prioridades políticas y culturales de la agenda nacional hacia las comunidades chinas en el exterior. 

A pesar de las numerosas disparidades existentes entre los migrantes chinos según su formación y sus recursos, existe un sentimiento común que los une: todos nacieron y crecieron en China, comparten una misma lengua materna y, además, siguen manteniendo estrechos vínculos con familiares y amistades que se quedaron en China. Para perpetuar estos lazos sociales entre las generaciones venideras, las autoridades chinas han destacado la importancia de transmitir la educación china a la descendencia nacida en el extranjero. 

Siguiendo estas directrices, ha aumentado considerablemente el número de colegios chinos, así como de asociaciones y medios informativos chinos en Occidente que reflejan la ideología y los gustos culturales de estos migrantes. Esta difusión de valores, ideas y principios no solo alimenta el entusiasmo colectivo hacia sus orígenes; también ayuda a profundizar su conocimiento sobre China y las prioridades de su agenda gubernamental, con lo que contribuyen a mantener una comunidad indisoluble de compatriotas. De esta manera, Pekín transporta virtualmente la fortaleza de la madre patria hacia las comunidades transnacionales chinas con un ímpetu destinado a reducir la distancia en términos políticos, geográficos y culturales entre China y sus súbditos en el extranjero. 


Portada del periódico The China Press del día 18 de agosto del 2018 en versión digital. Se trata de uno de los periódicos publicados en chino en Estados Unidos y cada vez más controlado por el Gobierno de Pekín. Fuente: The China Press

Lentamente, los colegios, asociaciones y periódicos chinos se han ido convirtiendo en pilares fundamentales de las comunidades chinas en Occidente y desempeñan un papel clave en el mantenimiento de su identidad en tierras extranjeras. Aunque no exista un movimiento nacionalista unificado en las comunidades chinas de ultramar, los migrantes chinos constituyen un colectivo capital para proyectar una imagen internacional positiva de China y, por ende, para proteger los intereses nacionales y expandir la influencia del gigante asiático por todo el mundo. 

En este contexto cobran importancia los barrios chinos o Chinatowns. Configurados como enclaves geoestratégicos que permiten multiplicar los lazos comerciales y culturales con regiones sobre las que China pretende consolidar su influencia, se han convertido en un instrumento esencial para canalizar el interés chino hacia espacios que tradicionalmente han estado muy lejos de su órbita de proyección. Si bien algunos barrios chinos consolidados tienen más de 100 años de antigüedad y cuentan con una población que supera los 100.000 habitantes de origen o nacionalidad china —como ocurre en Yokohama, Singapur, San Francisco o Nueva York—, la emergencia de otros menos conocidos hasta ahora en países como Sudáfrica, Madagascar, Mauritania, Perú o Ecuador obedece a la lógica de ampliar sus conexiones con regiones que cuentan con un potencial económico de interés para China. Algo parecido ocurre con la diáspora taiwanesa, una comunidad que no se cansa de buscar el estrechamiento de vínculos económicos y culturales en los países donde se encuentran, principalmente en el sudeste asiático, Oceanía y América del Norte. 

Además de los intereses geoestratégicos, estos barrios chinos obedecen a la voluntad de crear un entorno más chino y aislado de la influencia occidental para la diáspora que reside allí. De esta manera, se instauran negocios específicamente pensados para un público chino que probablemente no captarían tanta clientela fuera de esos barrios, lo que contribuye a estrechar las relaciones y compartir gustos e intereses entre compatriotas. 


La mayoría de los barrios chinos se han consolidado en países del sudeste asiático, América del Norte, Europa y Oceanía. En menor medida, pueden encontrarse algunos puntos estratégicos en América del Sur y países puntuales de África, como Marruecos, Sudáfrica o Madagascar. Fuente: HAO

Autoexplotación, sacrificio y prosperidad 

En España es frecuente la expresión “trabajar como un chino”. Este estereotipo que ha adquirido la comunidad china residente en el país tiene su origen en la particular organización colectiva que mantiene y su escasa demanda de servicios y prestaciones sociales ofrecidas por las instituciones públicas: algunos profesores de centros educativos se quejan a veces de la poca interacción de los padres chinos con las autoridades escolares, rara vez acuden a los centros sanitarios a pesar del gran porcentaje que aportan a la Seguridad Social y son también los grandes ausentes en los programas sociales destinados a inmigrantes promovidos por el Estado. 

Todo apunta a que los chinos son los que menos asistencia reclaman del Estado en el que residen en comparación con otros colectivos de inmigrantes. Esto se debe a que, por una parte, el colectivo cuenta con unas fuertes redes de apoyo y cuidado intergrupal. Los chinos consideran que la solidaridad y la ayuda a sus compatriotas en el extranjero es una característica de su pueblo, por lo que sería muy improbable ver alguna vez a algún chino viviendo debajo de un puente en Occidente. Esta ayuda es todavía más efectiva cuando existen vínculos de parentesco —según la filosofía confuciana, esto implica obligaciones sociales de solidaridad y sacrificio personal por el bien del familiar— o incluso un mero sentimiento de cercanía por compartir el mismo lugar de procedencia. Por otra parte, esta estructura de apoyo y ayuda mutuos está intrínsecamente relacionada con un profundo orgullo cultural que se proyecta en sus esfuerzos por presentar una imagen fuerte e independiente de cualquier ayuda exterior. 

No obstante, este sistema de protección y cuidado recíprocos también tiene sus límites. En un estudio realizado en Francia sobre la inmigración china se pudo constatar que la red de ayuda familiar no significa un apoyo incondicional basado en el desinterés financiero: la solidaridad se mide en criterios monetarios y según la posición social del solicitante. Lo más preocupante es que, en algunos casos, la solidaridad puede transformarse con el tiempo en situaciones de violencia, aislamiento y explotación entre compatriotas, pues a menudo las víctimas de estas prácticas se limitan a contener su enfado y prefieren reservarse la injusticia en vez de denunciar lo ocurrido por miedo a una venganza mayor y cierto desconocimiento del funcionamiento del sistema judicial en el país de acogida. 

A pesar de estos fallos y abusos ocasionales, sin estas redes de solidaridad habría sido prácticamente imposible consolidar tantas empresas familiares que constituyen el núcleo económico de millones de chinos que han venido a Occidente para buscar una vida alternativa. La empresa familiar, en tanto motor de desarrollo y de éxito económico, se ha convertido en un icono dentro del mundo chino. A menudo, el éxito económico se ha asociado con la reproducción y extensión de la lógica interna de la empresa familiar agraria en la China tradicional; los inmigrantes chinos han adaptado sus valores, su forma de organización social y su visión del mundo a las nuevas circunstancias en el extranjero. La idea consiste en lograr que la familia sea la propietaria de sus medios de producción —en forma de restaurantes, bazares y tiendas— para que todos los miembros puedan trabajar para sí mismos, sin tener que vender su mano de obra a terceros. 

Tradicionalmente, el límite a la prosperidad de una familia lo imponía el mecanismo de la herencia: la división del patrimonio familiar entre los hijos varones y las dotes entregadas a las hijas que se casaban hacía que cada nueva generación heredase menos. Las familias se veían obligadas con frecuencia a enviar a algún miembro al extranjero para que contribuyera a mejorar su situación económica. Emigrar solía ser, por lo tanto, una decisión familiar antes que individual, razón por la cual los migrantes tienden a seguir estrechamente vinculados a sus familiares en China, ya sea para pagar sus deudas por haberlos ayudado a salir del país o bien para enviarles remesas con el fin de asegurar el futuro próspero de la familia. 

Una vez en el extranjero, lo que más sorprende a los occidentales es la ética del trabajo de los migrantes chinos: su disposición a esforzarse hasta los extremos en el trabajo y autoexplotarse aguantando extensas y duras jornadas laborales sin descansar —ni siquiera estando enfermos— responde al ideal de buscar el bienestar material a largo plazo y la seguridad del grupo al que se pertenece y con el que todos los miembros se identifican más estrechamente: la familia. El objetivo principal es trabajar y hacer la máxima cantidad de dinero posible, generalmente para luego volver a China a los 50 o 60 años, cuando son incapaces física y psíquicamente de seguir sacrificándose en el trabajo, ya han formado una familia y han cumplido su deber como padres. 

Este retorno al país de origen también obedece a la lógica confuciana: por una parte, añoran su país natal y su profundo nacionalismo los hace retornar a su madre patria para pasar sus últimos años de vida; por otra parte, deben cumplir con la obligación social —y legal en el caso de nacionales chinos— de cuidar a sus ancianos padres. Sin embargo, muchos migrantes chinos que han trabajado en países con un fuerte Estado del bienestar no descartan la posibilidad de volver a sus países de acogida si enferman para beneficiarse del sistema de la seguridad social, ya que en China la sanidad sigue siendo muy cara

Sea como fuere, en la búsqueda del bienestar material y la prosperidad a largo plazo es indispensable una gran capacidad de ahorro y de aplazamiento de las satisfacciones, limitando los gastos hasta extremos difícilmente comprensibles para el baremo de consumo en las sociedades occidentales, pues se satisfacen solo las necesidades vitales mínimas a pesar de poseer medios económicos que permitirían una mayor comodidad en el consumo. Gastar el dinero en el disfrute personal es criticado duramente entre la diáspora, todo lo contrario de lo que ocurre con las nuevas generaciones que vienen de China a completar sus estudios en la universidad, pues la enorme mejora en la situación económica del gigante asiático ha posibilitado la acumulación de riqueza en muchas familias. Esto, a su vez, permite a los padres enviar a sus hijos a estudiar en el extranjero, muchos de ellos ya acostumbrados a llevar una vida holgada y cómoda sin necesidad de abrazar la frugalidad de las generaciones anteriores. 


Estudiantes chinos en el extranjero —gris claro— y aquellos que vuelven a China después de graduarse —gris oscuro—. Cada vez más chinos apuestan por volver a su país para trabajar tras recibir su educación en el extranjero, hecho claramente relacionado con el gran avance económico que está experimentando China en los últimos años. Fuente: China Daily

¿Tradicionalismo o cambio? 

Las redes de apoyo entre compatriotas, el rechazo a la ayuda procedente del exterior, la obediencia sin rechistar hacia los mayores de la casa, el sacrificio en el trabajo y el ahorro como pilares fundamentales de la prosperidad familiar son valores inseparables de los migrantes chinos, pero ¿sus hijos educados en Occidente heredarán estos principios? Hoy en día, esta es una pregunta sin respuesta. 

La nueva generación será diferente de sus padres, nacidos y criados en una sociedad distinta; se educarán desde niños en el país de acogida y probablemente querrán integrarse como miembros plenos de esa sociedad. Pero ser ciudadano de un país occidental con unas raíces culturales lejanas y unos rasgos físicos no caucásicos puede plantear numerosos desafíos, sobre todo relacionados con la preparación para convertirse en adultos aceptablemente integrados, capaces de contribuir a la prosperidad de su país de acogida. 

Tal vez sea demasiado generalista asumir que no existe una integración efectiva de la segunda generación de la diáspora china en las sociedades de acogida o que es inevitable la inmersión de estos inmigrantes y su descendencia en la cultura del país receptor; todo depende de cómo los hijos de esta diáspora sean capaces de responder no solo a los choques de la biculturalidad, sino también a las barreras que frenan su inserción plena, como los estereotipos incesantes basados en la raza o etnicidad. Por esta razón, no se puede saber de partida si los hijos de estos migrantes chinos se aferrarán a sus raíces o se adaptarán progresivamente a los valores y la forma de pensamiento occidental: los padres querrán preservar gran parte de los elementos de su identidad cultural, mientras que la sociedad receptora empuja en la dirección contraria. 

La personalidad de cada uno, las vivencias personales, las percepciones de discriminación y autoestima o el nivel de educación son variables fundamentales que influyen en la decisión de estas flores de la diáspora de seguir el camino de sus padres en busca de la prosperidad familiar o, por el contrario, otras vías alternativas más cercanas a la búsqueda de una integración completa en el país de acogida de sus padres. Queda por saber qué tipo de políticas desarrollarán los Gobiernos occidentales para mejorar la calidad de vida de estas personas, pero también cabe preguntarse qué puede hacer la diáspora —y, sobre todo, su descendencia— para contribuir a la armonía y el equilibrio social. 



Escrito por: Meng Jin Chen Huelva, 1996. Graduada en Relaciones Internacionales por la UCM. Española de ascendencia china, especialmente interesada en Asia-Pacífico, la construcción de identidades culturales y prevención de conflictos. 

Publicado en: El Nuevo Orden Mundial

 

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