jueves, 3 de noviembre de 2011

El Síndrome de Ulises: Emigrar no siempre es la solución

El fenómeno de la emigración no es nuevo. De hecho, cuando se descubrió América muchos de los europeos se embarcaron en los antiguos buques y pusieron rumbo al nuevo continente con la esperanza de encontrar una nueva vida y más oportunidades para lograr sus sueños. Hoy los flujos migratorios han cambiado el sentido pero de una forma u otra, el fenómeno que sigue estando en la base es el mismo casi siempre es el mismo: la inconformidad con el estado de cosas del país donde se vive y la esperanza de encontrar un mundo mejor en el país donde se emigre.
Sin embargo, los especialistas que estudian actualmente las características de las personas que emigran afirman que estas deben enfrentarse a una serie de requisitos del medio que en muchas ocasiones depletan sus recursos psicológicos, provocando un nivel de estrés mucho mayor del que existía en la antigüedad. De esta forma, Joseba Achótegui, psiquiatra y profesor de la Universidad de Barcelona ha acuñado un nuevo término para indicar a los emigrantes ilegales (o aquellos que emigran en condiciones extremas) que sufren grandes periodos de estrés: Síndrome de Ulises o en términos más científicos, Síndrome del Inmigrante con Estrés Crónico.
Como se puede presuponer, este término hace referencia al legendario Ulises. Homero lo relataba en la Odisea de la siguiente forma: “...y Ulises pasábase los días sentado en las rocas, a la orilla del mar, consumiéndose a fuerza de llanto, suspiros y penas, fijando sus ojos en el mar estéril, llorando incansablemente...” Y luego, en otro pasaje, en aras de protegerse del perseguidor Polifemo le responde a este: “preguntas cíclope cómo me llamo… voy a decírtelo. Mi nombre es nadie y nadie me llaman todos…”
Y es que quizás las cosas no han cambiado mucho desde aquellas fechas hasta el momento porque hoy muchos emigrantes, sobre todo los clandestinos o ilegales, que desean sobrevivir deben ser invisibles, abandonar su identidad e integración social. Obviamente, de esta forma no se puede hablar de equilibrio o salud mental.

Los cuatro puntos de tensión
  1. La soledad, dada por la separación de familia y sus amistades. La nostalgia por lo que quedó detrás es difícil de superar, sobre todo cuando se llega a un país de costumbres diversas. Si a esto se le suma la imposibilidad de reencontrarse con los seres queridos debido a que las condiciones económicas no lo permiten, el cuadro se hace aún más dramático. De esta forma, muchas veces la persona siente que ha caído en una especie de vacío afectivo muy difícil de sobrellevar.
  2. El fracaso, cuando finalmente el emigrante se da cuenta que en el país al cual ha llegado no hay tantas posibilidades como pensaba, comienzan a aflorar los sentimientos de desesperanza y fracaso. Muchas personas emigran con el objetivo de mejorar económicamente u obtener un trabajo mejor pero si después de un tiempo prudencial sus metas principales no se encuentran cercanas, se corre el riesgo de caer en una gran depresión pensando que el esfuerzo realizado no ha valido la pena.
  3. La lucha cotidiana, cuando la persona se traslada a otro país debe comenzar su vida desde cero, esto implica encontrar un apartamento decente, establecer nuevos hábitos alimenticios y satisfacer otros muchas necesidades cotidianas. Sin embargo, para esto se necesita cierta solvencia económica que normalmente los emigrantes no poseen (en parte porque aceptan trabajos mal pagados y porque parte del dinero lo envían a sus familiares). Por ende, se encuentran luchando por la sobrevivencia día a día, una lucha que es altamente desgastante, tanto en el plano psicológico como físico.
  4. El miedo, la mayoría de los emigrantes ilegales acceden al nuevo país pasando por redes de contrabando de personas que proponen viajes inciertos en los cuales se puede perder la vida. Obviamente, esto genera miedo pero el peor problema radica en la aprensión cotidiana, en el temor a ser deportados.
Los síntomas del Síndrome de Ulises

Quienes están aquejados de este mal presentan algunas características peculiares que no se aprecian en todos los emigrantes, estas son:
  • Tristeza: expresada en el sentimiento de fracaso y de indefensión aprendida.
  • Llanto incontrolable: expresado en situaciones límite y sin importar el género.
  • Culpa: sensación de que ha hecho mal a las otras personas (fundamentalmente a los familiares cercanos que ha dejado en su país) y culpabilidad por todo lo que le sucede, autoacusándose de su situación actual. Aparecen los reproches y los pensamientos del tipo: “no debería haberlo hecho”.
  • Tensión y nerviosismo: síntoma muy frecuente que expresa el enorme esfuerzo que se realiza por combatir las adversidades.
  • Preocupaciones excesivas y recurrentes: estas personas usualmente deben tomar grandes decisiones en muy poco tiempo, a la misma vez, se preocupan por quienes han dejado atrás y por el propio futuro. Obviamente, esta situación es difícil de soportar cuando se extiende por largos periodos de tiempo.
  • Insomnio: los pensamientos rumiativos son los principales responsables de los problemas para conciliar el sueño ya que durante la noche (cuando no hay estímulos externos que distraigan el pensamiento) afloran los recuerdos y la soledad se hace aún más difícil.
A estos síntomas eminentemente psicológicos suelen sumársele otras manifestaciones físicas como los dolores de cabeza y la fatiga extrema.
Obviamente, la solución a esta problemática no se encuentra únicamente en hacer acopio de fuerzas por parte del emigrante sino que se necesita de una voluntad política que pueda palear algunas de las dificultades que causan esta malestar. Y quizás un poco comprensión por parte de los nativos podría marcar la diferencia en el día de esta persona.

Fuente:
Achotegui, J. (2004) Emigrar en situación extrema: el Síndrome del inmigrante con estrés crónico y múltiple (Síndrome de Ulises). Norte de Salud Mental; 21: 39–52.

Escrito por Jennifer para Rincón de la Psicología

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