En este post os ponemos algunos ejemplos sobre casos concretos de mediación intercultural en la Comunidad Valenciana que hemos sacado de lo aportado en una conferencia sobre mediación e interpretación de la Universitat Jaume I de Castelló por Saloua Laghrich
Como regla general nos debemos acostumbrar a tomar notas de las mediaciones que hacemos y a elaborar un informe de lo que se ha sucedido y de toda la información que hemos manejado en el proceso. Los ejemplos que damos a continuación han sido cambiados en lo que a nombres se refiere por cumplir con las reglas de privacidad que son de rigor en estos casos.
1. Hospital La Fe. Valencia
Se solicita por fax la mediación en el idioma francés para una persona de Mali ingresada en la planta de tetrapléjicos. El objetivo es dar apoyo al paciente y al equipo médico, especialmente a la psicóloga, ya que estaban desesperados porque el paciente no colaboraba, decía cosas incomprensibles, e insultaba a todo el personal sanitario. Querían ayudarle, pero les era imposible. El inmigrante, de 24 años, se llamaba Sulaimán y había sido futbolista en su país. Rechazaba a todos los cristianos (como llamaba él a los españoles), gritaba y escupía continuamente. Sulaimán hablaba castellano, el problema no era el lenguaje.
Antes de ver a Sulaimán, estuve hablando con la psicóloga, que me puso en antecedentes. Me contó que Sulaimán había sido víctima de una agresión física múltiple que le dejó en estado de tetraplejia en plenas navidades, el 22 de diciembre. La policía sospechaba de un grupo xenófobo. La psicóloga tenía especial interés en saber si yo conocía bien la cultura musulmana, porque Sulaimán era musulmán.
Me avisó sobre su estado para que no me impresionara al verlo, pues sólo movía la cabeza y tenía un agujero en el cuello.
Sulaimán rechazaba totalmente la autoridad, cualquiera que fuese: médicos, enfermeros, policías, etc. Tenía una fe absoluta en los espíritus oscuros y los demonios (djin), y así llamaba a todos los españoles que le rodeaban.
Muchos musulmanes creen en la existencia de estos seres que conviven con nosotros, y que se apoderan de nosotros algunas veces.
Yo tenía que mediar en una situación humanamente dramática y con un fondo religioso muy marcado. Sinceramente, hasta que no entré, no tenía ningún plan lógico de actuación. No había técnicas preestablecidas, pero sí pensé que la clave para llegar a esta persona y poder ayudarla era establecer un buen primer contacto, así que le propuse a la psicóloga que no me presentara como intérprete de la Conselleria. Otra autoridad no, por favor.
Lo primero que hice al entrar fue acercarme a Sulaimán, sentarme a sus pies y decirle “ssalumu alaikum wa rahmatu allh wa barakátuh”, que es el saludo en árabe entre musulmanes, sean árabes o no, y que significa: paz con vosotros, que la compasión y bendición de Allah os acompañen. Sulaimán se sorprendió mucho y sonrió. Me presenté diciéndole que me llamo Saloua, que soy musulmana de Marruecos, pensando que el hecho de ser musulmana era mucho más importante para Sulaimán que cualquiera de mis pertenencias culturales, porque podía significar para él cercanía y entendimiento. Hablamos mucho, le conté incluso que mi padre había sido un imám en una mezquita, sabía el Corán de memoria y presidía los rezos. Mientras yo estaba intentando tranquilizarle y crear un clima positivo que facilitara la comunicación, por dentro me sentía muy mal, esperando un grito o un escupitajo en cualquier momento, pero no fue así. Le dije a Sulaimán que yo era profesora de árabe, y que de vez en cuando acudía a los sitios cuando los españoles me llamaban para ayudar a los musulmanes (para que me sintiera más cercana). En un momento dado me pidió un pañuelo para poder escupir, se lo acerqué a la boca, y seguimos charlando, pero esta vez en castellano. La psicóloga le explicó que tenía que contestar a las preguntas de los agentes de policía y tomarse la medicación que antes rechazaba.
En el momento en que Sulaimán me pidió un pañuelo, me relajé por dentro y pensé que ya me había aceptado, lo que me ayudó y me motivó para seguir. La psicóloga se marchó para darle un espacio a Sulaimán; un espacio para la comunicación y el desahogo lógico vista su situación de desamparo. Sulaimán, a pesar de la situación dramática en la que se encontraba, era una persona alegre y muy viva, nos reímos mucho con los djin, y yo le dije que creía en ellos, pero pensaba que no eran las personas del hospital, sino los que le habían atacado, que los españoles del hospital sólo querían ayudarle, y que por eso me habían llamado. Le juré en nombre de Allah que era verdad todo lo que yo le decía, llegando con él a un pequeño acuerdo con el fin de ayudarle y facilitar el trabajo al equipo médico: regalarle el Corán e ir a verle una vez cada 15 días para leerle algunos versículos y charlar, con la condición de que tratara mejor a los españoles que le cuidaban y les hiciera caso.
Me prometió que iba a hablar con la policía, aunque no se acordaba de todas las caras de los agresores.
Con una mediación, dos o tres, no salvamos a nadie, ni resolvemos un problema como el de Sulaimán, pero si facilitamos un buen clima de trabajo al equipo médico no sólo estamos ayudando a esta parte, sino y sobre todo a Sulaimán. Pasé con él unos momentos muy agradables y espero que él también. Lo único que le queda es sobrellevar la crudeza de su situación lo mejor posible. ¿Quién no estaría alterado y desesperado en esta situación?
No sólo la religiosidad de Sulaimán hizo que pensara que eran espíritus malignos y oscuros los que le rodeaban, sino su ingenuidad, no entendía por qué algunos atacan a otros sin ningún motivo.
Me acuerdo que la psicóloga le dijo: “A ver si nos llevamos mejor a partir de ahora Sulaimán”; y él le contestó: “sí señora, pero no estoy loco, los djin existen”.
La mediación intercultural aquí se centró en acercarse y acompañar a esta persona a partir de sus creencias y vivencias, para poder establecer un rapport (relación, lazo) de confianza, y posibilitar el trabajo del equipo en el hospital. Salí de la habitación de Sulaimán agotada emocionalmente, y sobre todo pensando en el daño irreparable que causan los fanáticos.
2. Hospital Maternal La Fe. Valencia
A petición de la trabajadora social, acudí al hospital como mediadora intercultural. La historia de Nadia, una mujer marroquí, es ésta:
Una mañana del mes de agosto, Nadia es ingresada en el hospital con dolores de parto (contracciones), iba acompañada por un español que se presentó como amigo y se fue. Antes de que le fuera practicada la cesárea, Nadia explica al equipo médico y a la trabajadora social en un castellano básico que no quiere ver al niño y que busquen una familia para él.
El motivo de nuestra actuación fue en principio ayudar a la técnico de servicios sociales de la sección del menor a abrir el expediente de adopción o acogimiento temporal del recién nacido, y a la trabajadora social del hospital a recabar datos personales de Nadia y redactar su informe. Mi trabajo consistiría en traducir oralmente toda la información dada por las tres partes, es decir, iba a actuar como intérprete de árabe y castellano.
Se solicitó nuestra mediación a los dos días del nacimiento del niño, la madre se negaba a verlo.
Me acuerdo que entré triste a la habitación de la joven marroquí, porque la situación de separación entre la madre y el niño desde el nacimiento me afectaba mucho. Nos presentó la trabajadora social y se marchó, para facilitar un espacio humano antes de entrar en el trabajo puramente técnico.
Después de darme un fuerte abrazo, Nadia empezó a llorar escondiendo la cara, intenté calmarla diciéndole que no estaba sola, que todos queríamos ayudarla. Es frecuente entre árabes llamarnos hermanos y hermanas, Nadia no paraba de llamarme hermana, y la verdad es que cada vez que lo hacía yo me sentía en la obligación de ayudarla, podía haber sido mi hermana pequeña, tenía 22 años. Aunque yo sabía que era intérprete y no hermana de Nadia, intuía que había una historia dramática detrás de esta supuesta decisión de abandonar a su hijo, así que le pregunté a Nadia basándome en la confianza que le transmitía yo al ser de su propia cultura y país: “¿por qué no quieres ver al niño?” Y me contestó: “porque no quiero conocerlo, si lo conozco no podré abandonarlo y regalarlo”, entonces entendí que los motivos eran económicos y de papeles, como se suele decir entre inmigrantes irregulares, y no otros.
Nadia estaba de forma irregular en España, no quería decir quién era el padre, porque la abandonó cuando se quedó embarazada, y no tenía medios para educar a su hijo y facilitarle una vida digna, por eso decidió no verle desde el principio.
Le pedí a Nadia que se tranquilizara porque había una solución real para su problema, y que no tenía que dar al niño en adopción, le dejé claro que yo como intérprete no podía resolver su problema, y que necesitaba hablar con la trabajadora social del hospital y la técnico de la sección del menor de Bienestar Social. Hablé con las dos. La reacción de la funcionaria de la Conselleria fue inmediata y muy espontánea, dijo: “yo no pinto nada aquí, esta mujer no quiere dar en adopción a su hijo, muchas gracias, y te toca a ti, refiriéndose a la trabajadora social, tramitarle un ingreso a un materno”.
Las funciones de cada una se iban delimitando y aclarando. Le pregunté a la trabajadora social si era posible ingresar a Nadia con su hijo en el centro materno infantil, ya que había un menor desamparado que necesitaba protección. Me dijo que sí, que necesitaba tiempo para hacer las gestiones administrativas y el informe social de Nadia, pero no entendía por qué la mujer se empeñaba en repetir que no quería ver a su hijo. Le dije que el único problema que yo detecté era la desinformación de la madre, que llevaba poco tiempo en España, no se relacionaba con gente española, y estaba segura que aquí era como en Marruecos: o la familia o el orfanato.
Lo único que yo deseaba en este momento era volver a la habitación de Nadia y comunicarle la noticia, ya sé que no se debe implicar un mediador, pero fue emocionante el abrazo que compartimos Nadia y yo. Cuando le trajeron a su hijo, me dijo que lo iba a llamar Saad, que significa “buen augurio” y “buena suerte”. Por cierto, tengo un hermano que se llama Saad.
La última fase de mi trabajo consistió en traducir toda la información necesaria para que la trabajadora social pudiera redactar el informe social, pero dentro de un ambiente no sólo relajado, sino festivo.
Valorando el trabajo en la reunión de equipo, la coordinadora del servicio me dijo que aunque yo no tenía que haber preguntado tantas cosas a Nadia, porque mi trabajo como mediadora no lo exigía, hice bien en indagar dado el resultado.
No sé si hice bien o mal, sólo sé que hay situaciones en que una persona debe implicarse, sea mediador o no.
El mediador tiene que ir más allá de lo verbalmente obvio. Dar información es ayudar a una persona a resolver sus problemas, dándole la opción de decidir.
Partir de cero en una actuación de un mediador es fundamental: no sé nada y pregunto.
3. Centro Penitenciario de Picassent. Valencia (Módulo Hospital). Marzo 2001
La trabajadora social del Centro penitenciario solicita nuestro apoyo desde la mediación intercultural y la interpretación, con el fin de facilitar el trabajo al equipo médico y a un interno de nacionalidad marroquí.
Youssef, de 19 años, estaba condenado por delito de robo con intimidación con arma blanca. Antes de seguir, tengo que decir que la trabajadora social puso especial interés humano en ayudar a Youssef. Creo que fue éste el motivo de la petición de mediación.
Mi trabajo se centró en hacer una entrevista en árabe al paciente con las indicaciones de los médicos y la trabajadora social, mediante un acercamiento humano muy cuidado. Mi papel fue de mediadora intercultural y no sólo de intérprete dado el estado mental en que se encontraba Youssef, quien sufría una pérdida de referencias, brotes psicóticos y falta de apoyo de familiares o amigos. Los profesionales del Centro necesitaban datos básicos familiares, sociales y todo lo que les pudiera servir para clarificar el diagnóstico del paciente con el fin de ayudarle a adaptarse mínimamente a la cárcel, y sobre todo a experimentar una mejoría, ya que su queja principal eran el dolor de cabeza y las alucinaciones.
Youssef había tenido algún intento de agresión a los funcionarios del Centro, pero en general sufría pánico.
En esta actuación nos trasladamos dos personas de nuestro servicio, una compañera psicóloga y yo.
Solicitamos a la trabajadora social que nuestra visita fuera sin barrera de seguridad, porque pensamos que no se puede crear un clima de confianza con barreras.
Me acuerdo que Youssef hablaba con dificultad, por el efecto de los tranquilizantes, pero habló mucho, me pidió que buscara a un familiar suyo en el barrio de Ruzafa en Valencia, que le trajera libros en árabe, sobre todo de las abluciones, que son el modo de lavarse de un musulmán antes de cada rezo. No parábamos de fumar, él, mi compañera y yo.
Mediar en la cárcel es muy duro, pero estábamos allí, y teníamos que hacerlo.
Decidimos entre mi compañera y yo que este chico necesitaba un apoyo continuado, y tener referencias culturales cercanas para poder sobrellevar la angustia que causa la privación del libertad.
Planteamos a la trabajadora social nuestro deseo de seguir visitando a Youssef una vez al mes, porque pensamos que tenía problemas añadidos a la falta de libertad, problemas de carácter referencial, y por lo tanto nuestro apoyo sería importante siempre y cuando el interno cumpliera los mínimos compromisos dentro del centro: como no negarse a tomar la medicación, intentar controlar sus impulsos agresivos y asistir a clases de castellano.
Con Youssef llegamos a un acuerdo: yo le iba a regalar unos cuadernos que explicaban cómo se hace la ablución (de mi época de profesora de árabe para españoles convertidos al Islam), le prometí que iba a buscar a su familiar comerciante en Ruzafa, y que cuando tuviera la carta redactada y vista por las autoridades del centro penitenciario, la entregaría al Consulado de Marruecos en Valencia, a cambio de cumplir las normas del centro. Desgraciadamente tuvimos que concluir e irnos.
Hasta que se decidió prescindir de nuestro servicio de Atención al Inmigrante, el 31 de diciembre del 2001, mi compañera y yo seguimos visitando a Youssef, sin barreras de seguridad.
Creo que desde la mediación intercultural hemos podido hacer una labor humana digna para el beneficio de las dos partes, nuestro servicio jurídico se implicó con el fin de ayudar a Youssef, utilizando los medios jurídicos a su alcance, pidiendo a su abogada de oficio que solicitara al Juez el cambio de condena por la expulsión, por supuesto después de hablarlo con Youssef.
Esta experiencia como mediadora intercultural hizo que yo conociera un poquito todo el entramado policial en el caso de una persona inmigrante sin documentos, que conociera la ley en los casos penales de delito menor de 6 años en España, y sobre todo, hizo que una persona pudiera estar con su familia.
La mediación empezó en marzo de 2001 y se truncó en diciembre de 2001, pero me informé y supe a través del familiar de Youssef y de la trabajadora social que el Juez había dictado orden de expulsión a cambio de la condena de prisión de 5 años y un día.
Tengo que resaltar aquí la mediación de mi compañera del servicio, ya que fue crucial, porque de forma clara y sencilla y utilizando el dibujo, le explicó a Youssef el funcionamiento del cerebro, y la enfermedad que padecía, ella habló con él con mucha sencillez y calidez, mientras yo iba traduciéndole lo más humana y correctamente posible.
Para finalizar, el trabajo con Youssef fue muy enriquecedor, y humanamente difícil de olvidar. Espero que esté ahora tranquilo con su familia en Casablanca.
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